Este artículo fue publicado el 21 de agosto de 2020 en inglés. Muchas gracias a Diego que nos ha enviado esta traducción.
Imagínate durmiendo y soñando y que de repente percibes que estás en un sueño: te percatas de que todo lo que estás experimentando es una proyección, que no hay nada que pueda hacerte daño y que, estrictamente, no hay nada de lo que temer. ¿Cuál sería tu reacción? ¿Te sentarías en un rincón a lamentarte, esperando a que terminase el sueño porque lo que estás experimentando no es real, o por el contrario te regocijarías e intentarías saborear cada segundo?
En otras palabras, ¿sería tal aprehensión congruente con la depresión y la apatía, o por el contrario con la alegría y la acción?
Puede que esto parezca una pregunta retórica, pero te invito a que lo pienses por un minuto; intenta imaginarte a ti mismo en una situación así. Intenta imaginarte lo que sentirías al librarte de todos y cada uno de tus miedos. No puedes morir; nada puede de hecho hacerte daño; la aprehensión de la innecesaridad y transitoriedad de cualquier y todo sentimiento negativo los desvanecerá
Efectivamente, y como puede atestiguar cualquiera que los haya tenido, los sueños lúcidos son maravillosos. Por cierto, no es difícil aprender a tenerlos, y ya hablaremos de ello otro día. Por ahora, la razón por la que nos hacemos esta pregunta es otra: nos sirve como continuación natural a nuestro post anterior sobre la consciencia, en el que argumentamos que el universo físico no existe independientemente de nuestra percepción del mismo. En otras palabras, demostramos que nuestra llamada «realidad física» es una proyección, es decir, un sueño. Los sueños nocturnos son un sueño dentro de un sueño; por tanto, los sueños ofrecen un gran paralelismo que nos permite vislumbrar la naturaleza de la propiamente dicha realidad «despierta».
En efecto, hay una gran diferencia entre comprender que sólo la consciencia existe y de hecho aprehenderlo. Simplemente comprenderlo es casi que inútil; no son más que conceptos y palabras, delicias intelectuales en el mejor de los casos que si no lo captamos de manera intuitiva, no supone una gran diferencia. Nuestro objetivo modesto en este post es hacer que nuestros lectores aprehendan esta verdad; que esta verdad se convierta en tan intuitiva y obvia como el hecho de que los sueños nocturnos existen. Una vez “alcanzada” esta realización, la sencillez de esta verdad se hace tan evidente que hasta desconcierta; esta verdad, además, resulta ser la clave y fuente inagotable de la felicidad. Sin embargo, y paradójicamente, es muy difícil, dada la imperfección del lenguaje como herramienta, de describirla con palabras. Lo que intentaremos hacer en este post es bosquejar el dedo, pero dependerá de ti discernir la dirección a la que éste apunta.
Más palabras
Antes de pasar a intentar causar en ti, el lector, tal aprehensión, nos gustaría agregar dos cosas más.
En primer lugar, suponte que sólo el 1% de las personas sueña por la noche, y que tú eres parte de esa pequeña minoría. Te sería muy difícil hablar sobre los sueños o convencer a la gente de que mientras ocurren son (casi) indistinguibles de la realidad de la vigilia. Serían considerados como una forma de psicosis o enfermedad mental. La única razón por la que damos por sentado los sueños nocturnos es que casi todo el mundo los tiene; pero si te pones a pensar, es absolutamente sorprendente que existan, y constituyen un gran misterio (especialmente dentro de una visión materialista y mecanicista del mundo). Y aún más importante, si formaras parte de esa pequeña minoría que tiene sueños, no necesitarías convencer a nadie de su existencia; formarían parte de tu realidad, su existencia te sería obvia, y, probablemente, te sentirías afortunado por tenerlos.
Lo mismo ocurre con las personas que han despertado (es decir, se han percatado) de la verdadera naturaleza del existir. Esta verdad se hace obvia. No se necesita convencer a nadie. Puede parecerles extraño o patológico a aquellos que no lo entienden. Con todo, esta percepción es una maravilla, es una bendición.
En segundo lugar, los conceptos que expusimos en nuestro anterior post sobre la consciencia no son ni nuevos ni tan siquiera muy originales. La alegoría de la caverna de Platón es tan antigua como la filosofía; el propio idealismo existe desde hace casi tanto tiempo, y desde el advenimiento de la mecánica cuántica muchos científicos prominentes han propugnado esa misma comprensión de la existencia. La Internet ha hecho que estas ideas sean aún más populares, ya que el libre mercado de las ideas permite un surgimiento más rápido de la verdad; al punto que los planificadores centrales están intentando por todos los medios secuestrarla, degradarla y corromperla. Llaman a esta forma corrupta de idealismo la «teoría de la simulación», teoría que presentaron notoriamente en la película The Matrix; su actor-héroe, Elon Musk, es la encarnación actual del de este concepto bastardizado y pervertido.
La «teoría de la simulación» de los planificadores centrales busca ser descorazonadora; persigue provocar revuelta y desesperación, quiere hacernos creer que somos esclavos de una ilusión, que no experimentamos la realidad «tal y como es», que hay una especie de «sobremundo» que es «real» y que estamos atrapados. En otras palabras, se supone nefasto que la materia no sea el elemento fundamental de esta realidad; y de hecho, sí que es algo nefasto para los bárbaros, ya que significa que su obsesión por la supervivencia y el control es superflua y ridícula. Pero para el resto de nosotros es algo maravilloso, y por eso insistimos desde un comienzo en sus positivas implicancias: que el amor, la melancolía, la empatía, la conciencia o el gusto por la música son reales, que no son meras reacciones químicas o artefactos evolutivos arcaicos; que las cosas importantes importan.
Esperamos logar que este entendimiento se te haga intuitivamente obvio, si es que no lo es ya.
Aprehensión: Primer intento
Primero, intenta nombrar algo que no existe. Algo que no es.
No nos referimos a unicornios. Si existe en tu mente (lo acabamos de decir: existe), lo es. Lo has imaginado, podrías transmitir la expresión de aquello que es (lo acabamos de decir de nuevo). Te puedes preguntar: «¿qué es lo que estoy imaginando? Pues ese algo es. La palabra «ser», tal como la usamos en la conversación cotidiana, no significa necesariamente o solamente existir en la realidad física.
Ahora, con eso en mente, intenta encontrar algo que no lo sea. Ignora el aparente absurdo o la inutilidad mental de tal ejercicio. Tómate un segundo y piénsalo.
¿Sentiste algo raro?
Por supuesto que esta cuestión, racionalmente hablando, es absurda. Y lo es por lo tan absurdamente imperfectas que son las palabras como forma de transmitir lo que estamos tratando de transmitir. Si hay una palabra para describir algo, por definición, ese algo existe. Lo mismo que cuando decimos «algo». Algo. La propiedad de «ser» de ese «algo» está inherentemente implícita. Así que el propio envite «intenta nombrar algo que no existe» es contradictorio: no puede ser algo, no puede tener un nombre y ni siquiera puede ser un «algo». Pero, ¿se puede experimentar un «algo»?
¿Se puede experimentar algo que no sea “algo”?
Tómate nuevamente un momento para reflexionarlo.
Aprehensión: Segundo intento
Ahora considera esto:
Hay algo que siempre está ahí, un «yo», siempre presente en todas tus experiencias. Tanto si esas experiencias son percepciones sensoriales (oír, ver, oler, tocar, etc.), como si son pensamientos, o recuerdos, o emociones: todas ellas ocurren en un sustrato. En un lienzo. En una pantalla. Y las experiencias van y vienen… van y vienen. Tú, ahora mismo, leyendo estas palabras, estás teniendo una de tales experiencias. Puedes tomar consciencia de que estás teniendo esta experiencia. Puedes observarte a ti mismo leyendo, y puedes verte a ti mismo tomando consciencia del significado de las palabras que se te presentan en este preciso instante.
¿Quién está teniendo esta experiencia, esta experiencia de leer estas palabras en este mismo instante?
Acabamos de decir que «puedes observarte a ti mismo». Indudablemente, «tú» y «tú mismo» no son el mismo «algo», ya que el primero está observando al segundo.
¿Y quién es el que se observa a sí mismo observándose a sí mismo? ¿Quién es este «yo» que es consciente de todo esto, en este mismo instante?
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¿Y en este instante?
Aprehensión: Tercer intento
Si estás aún con nosotros, intenta ahora este sencillo ejercicio.
Siéntate con los ojos cerrados y, en lugar de centrarte en el contenido de tu experiencia (por ejemplo, intentando silenciarla), céntrate en la experiencia en sí. En otras palabras, mira la pantalla en la que se proyecta tu experiencia, en lugar de aquello que se proyecta.
Toma consciencia de tu consciencia.
Antes de empezar, quizás esto te ayude: imagínate a ti como si fueras un pequeño niño, asombrado no por lo que estás experimentando, sino por el hecho de que lo estás experimentando. No entiendes cómo es posible ese milagro, ni qué significa; como niño pequeño, no tienes etiquetados, ni nombres, ni punto de referencia, ni forma de categorizar o comparar las cosas. Simplemente son, se te presentan magníficamente en un conjunto hermoso y amorfo.
¡Opa…! ¿Y esto?
Si un pensamiento o una emoción se te aparece en la mente, no trates de silenciarlo, no te identifiques con él, trata de mirarlo. Desde un lugar situado por detrás. ¿Qué se siente al tener este pensamiento? ¿Quién tiene este pensamiento? ¿Qué es este «algo», este sustrato, que hace que este pensamiento «exista»?
¿Quién soy yo?
Te recomendamos volver a este escrito luego de reflexionar un poco.
Aprehensión: Cuarto intento
Cuando estás borracho, hay una parte de ti que no está borracha: es la parte que sabe que estás borracho. No, en realidad, es la parte que sabe que tú sabes que estás borracho. No, en realidad, es la parte que sabe que tú sabes que tú sabes que estás borracho. No, en realidad…
¿Qué es este «yo»?
Ahora imagínate que estás en la puerta de una joyería, mirando una pulsera de oro bellamente exhibida en el escaparate. Te fascina, la miras con atención. Pero, de repente, tu enfoque cambia y en el escaparate ves tu reflejo; ya no ves la pulsera. Ese reflejo ha estado ahí todo el tiempo, pero por alguna razón no te habías dado cuenta hasta ahora.
Ese es el «¡ajá!» que intentamos que tú, querido lector, experimentes.
Otra buena manera de explicar esta intuición es con la analogía de la película. Puedes ver una película triste, incluso llorar con los personajes, pero en cualquier momento puedes recordarte a ti mismo que es sólo una película, y tomar consciencia de la pantalla en la que se transmite la película. Esto no hace que la película sea menos agradable, al contrario: estás triste pero no estás triste por estar triste. La película te entristece, pero puedes contemplar esta emoción y hallarla hermosa; de hecho, por eso eliges ver una película triste, no porque seas masoquista.
Nuevamente, intenta por un momento no centrarte en el contenido de tu experiencia, sino en la experiencia misma. Intenta discernir la pantalla. Intenta ver el «yo» al que se le está mostrando la experiencia.
Aprehensión: Quinto intento
A estas alturas, deberías haber «sentido» algo. Probablemente algo bastante difuso, que no duró más que una fracción de segundo. Realmente no hay forma de describirlo, al igual que los personajes de una película no pueden mostrar a los espectadores la pantalla en la que se proyecta la película.
Si experimentaste algo inusual, con eso basta. Es insolentemente simple. Está a la vista, literalmente. Pensar demasiado en ello, o intentar abarcarlo con el lenguaje, es contraproducente. Si te sorprendes pensando en ello, date cuenta de que estás pensando en ello. ¿Quién tiene este pensamiento? ¿Quién se pregunta a sí mismo quién tiene este pensamiento? ¿Quién se pregunta a sí mismo quién se pregunta a sí mismo quién tiene este pensamiento?
¿Quién soy yo?
Esa es la pregunta que debes hacerte. El objetivo no es responder con palabras, sino «sentir» o «tocar» la «esencia natural» que subyace a la propia noción de «yo». Si te viene una respuesta a la mente, pregúntate «a quién se le acaba de ocurrir esta respuesta», y luego, de nuevo, «quién soy yo».
Si conoces a un niño pequeño, intenta preguntarle repetidamente quién es. La conversación se podría dar más o menos así:
- ¿Quién eres tú?
- Soy Kevin.
- Vale, pero si tuvieras otro nombre, seguirías siendo tú. Entonces, ¿quién eres?
- Bueno, soy un chico.
- Vale, pero si hubieras nacido niña, seguirías siendo tú. Entonces, ¿quién eres?
- Soy alguien que tiene el pelo castaño.
- Vale, pero si tuvieras el pelo rubio, seguirías siendo tú. Entonces, ¿quién eres?
- Tengo cinco años.
- Vale, pero hace un año todavía eras tú, y dentro de diez años seguirás siendo tú. Entonces, ¿quién eres?
- Soy alguien a quien le gusta jugar.
- Vale, pero si odiaras jugar, seguirías siendo tú. Entonces, ¿quién eres tú?
- Soy el hijo de Frank y Samantha.
- Vale, pero si tuvieras otros padres, seguirías siendo tú. Entonces, ¿quién eres tú?
- No lo sé.
- Por favor, piénsalo un segundo. Realmente me gustaría saber. ¿Quién eres tú?
- …
En algún momento, si el niño coopera y trata realmente de encontrar la respuesta, probablemente verás cómo se le abren los ojos. Seguirá sin saber cómo expresarlo, pero lo habrá aprehendido.
Esa es la aprehensión que quisiéramos que experimentaras. Y si la experimentaste, por breve que haya sido, por difusa que haya sido, intenta experimentarla lo más a menudo posible. Te puedes encontrar literalmente en cualquier sitio, haciendo cualquier cosa. En una reunión; en la cola de la oficina de correos; leyendo un blog en Internet.
¿Quién soy yo?
Cuanto más te hagas esta pregunta y más intentes aprehender quién eres, más paz tendrás; más comprenderás que el contenido de la experiencia no importa realmente. Es de todos modos hermoso porque es.
Es un milagro.
Conclusión
Hay que reconocer que este post fue bastante inusitado, y muy diferente de nuestros posts revisionistas o de guerra psicológica. Los distintos autores aportan perspectivas diferentes, y seguiremos escribiendo en direcciones aparentemente distintas antes de intentar hacer que todo converja.
Lo que nunca haremos es pedir a nuestros lectores que se fíen de nuestra palabra; nunca predicaremos ni les pediremos que crean nada. Nuestro sitio web trata del conocimiento, o de intentar acercarse lo mejor posible a la verdad. El conocimiento en sí mismo no es bueno ni malo, lo que importa es lo que hacemos con él; en concreto, no debe situarse por encima de todo lo demás, especialmente, no por encima de la conciencia.
Así que este post trata, en última instancia, de poner el conocimiento en perspectiva. En la esfera más elevada, no hay ni «verdadero» ni «falso», ni «bueno» ni «malo». Simplemente es. Así que cuando decimos que buscamos la verdad, lo que estamos haciendo es centrarnos en el contenido de esta realidad-sueño.
Solo por esta vez intentamos escribir sobre el lienzo en el que se desarrolla la realidad-sueño.
Esto será muy importante para nuestro próximo artículo sobre la consciencia, ya que trataremos de explicar cómo dejar el cuerpo y experimentar esta realidad onírica desde una «fase» diferente. En realidad es mucho más fácil de lo que la mayoría de la gente piensa. Pero antes de hacerlo, es muy importante insistir en que, en última instancia, no importa. Es estupendo participar en este mundo, es justo actuar e intentar hacer el bien, hacer avanzar la sabiduría y la libertad, y resolver las cosas; pero también es importante no tomárselo demasiado en serio. Podemos actuar como mejor podamos sin aferrarnos al resultado; podemos dejar que el Universo se encargue del resultado. De cualquier manera es hermoso, y no hay nada que temer.
Si no lo hacemos, con el aumento del conocimiento aumenta la arrogancia y la soberbia, y eso es antinómico a la sabiduría; esa es la enfermedad que padecen los planificadores centrales bárbaros.
La clave es que cualquiera puede «despertar» a esta asombrosa, hermosa y milagrosa proyección que llamamos «realidad». Una vez que lo hacemos, nos damos cuenta intuitivamente de que no hay nada que temer y de que nada puede perjudicarnos.
Hemos propuesto cinco intentos para ponerte en la dirección correcta.
Añadiremos una última cosa: es posible que algunos lectores hayan reconocido aspectos de lo que escribimos en alguna que otra «enseñanza». Y, en efecto, los sabios llevan mucho tiempo hablando de esto. Aun así, somos muy reacios a nombrar una enseñanza o un maestro en particular; en lo que respecta a este autor, esto lo enseñó Jesús [el reino de Dios está dentro de ti], los sufíes [todo es Dios, nada no es Dios], y un sinfín de otros en todas las generaciones de todos los continentes. El hecho de que uno se «identifique» con una u otra enseñanza depende de la educación, la cultura, la tradición y la visión del mundo que tenga uno; así que recomendar un libro o identificarse con una tradición, tratándose del tema que nos ocupa, puede hacer más daño que bien.
Aun así, nos arriesgaremos y recomendaremos el siguiente documental sobre la vida de Sri Ramana. Algo completamente opcional, y sólo una de tantas perspectivas sobre la sabiduría milenaria que hemos humildemente intentado exponer hoy.